¿Ganaron las guerrillas la guerra de la Independencia española?

El pueblo contra Napoleón

La leyenda rodea a las guerrillas que se enfrentaron a la invasión francesa de la península. ¿Hasta qué punto fueron importantes en la consecución de la victoria?

Cuadro de Joaquín Sorolla que ilustra el alzamiento del pueblo valenciano contra la invasión francesa.

Cuadro de Joaquín Sorolla que ilustra el alzamiento del pueblo valenciano contra la invasión francesa.

Dominio público

Como ha puesto de relieve Ricardo García Cárcel en El sueño de la nación indomable (Ariel, 2019), la guerra de la Independencia (1808-1814) fue pródiga en mitos. Comenzando por Agustina de Aragón, cuya heroicidad –de la que se hizo eco lord Byron cuando la conoció en 1810– se erigió en un instante: el disparo de un cañón de calibre 24 con bala y metralla que diezmó y obligó a una vergonzosa retirada a la avanzadilla francesa que pretendía penetrar en Zaragoza. Pero fue, sobre todo, la guerrilla, una manifestación social y bélica inédita, la que suscitó la valoración más hiperbólica.

Expresión genuina del temperamento hispano y del ligamen entre pueblo y ejército, la guerrilla española devino el precedente paradigmático de los levantamientos insurreccionales y del vanguardismo revolucionario internacional, de Mao Zedong al Che Guevara o el comandante Marcos. Copiado e imitado en todo el mundo, el combate guerrillero se convirtió en un símbolo de la lucha del pueblo armado contra el opresor, y sus tácticas se estudiaron tanto en las academias militares como en los círculos subversivos.

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En el proceso de mitificación, tanto como los hechos, importa la forma en que se difunden. A Juan Martín Díez, el Empecinado, el guerrillero más célebre –símbolo del patriotismo y de la resistencia contra Napoleón por su carácter indómito, valentía y apasionada defensa de la libertad–, méritos no le faltaban. Llegó a comandar unos 10.000 hombres y coordinó sus acciones con el duque de Wellington, el comandante en jefe del ejército británico que posibilitó la derrota napoleónica en la península. No obstante, la leyenda del Empecinado no hubiera existido sin las numerosas obras literarias y pictóricas que glosaron o representaron su figura, desde el retrato de Goya de 1809 a la novela de Galdós de 1879.

Huelga decir que en la glorificación de los guerrilleros no hubo distinción de clases ni de ideología. Espoz y Mina era liberal y el Cura Merino, absolutista. Les unía la defensa de una patria por la que estaban dispuestos a derramar su sangre.

El elemento diferenciador

Al margen de su dimensión mitológica, cabe preguntarse por la trascendencia militar del fenómeno guerrillero en la guerra de la Independencia, cuestión sobre la que no acaban de ponerse de acuerdo los historiadores. Sin duda, la guerrilla constituyó el elemento diferenciador de la contienda española, ya que en las campañas anteriores Napoleón nunca había tenido que enfrentarse a una guerra total que se decidió por una estrategia de desgaste.

Cuando invadió España, un reino aliado, el emperador estaba en el apogeo de su poder. Entre 1805 y 1807, había derrotado con la Grande Armée a las poderosas coaliciones austro-rusa y ruso-prusiana. Había ocupado fácilmente Portugal, casi sin derramamiento de sangre, y esperaba repetir la jugada con España.

'Napoleón cruzando los Alpes' (1801), de Jacques-Louis David.

Detalle de 'Napoleón cruzando los Alpes' (1801), de Jacques-Louis David.

Terceros

Después de la temprana victoria española de Castaños en Bailén, que abrió el camino hacia un mando y dirección únicos en el plano político y militar, la “guerra de España” supuso para Napoleón un giro inesperado, al transformarse en una guerra de liberación nacional, en la que ninguna capa de la población quedaba sin movilizar.

Contra todo pronóstico, un pueblo al borde de un peligro extremo para la supervivencia de su identidad nacional canalizaba una fuerza destructora de semejante magnitud. Un país entero en pie de guerra: un paisaje enteramente novedoso para el emperador y su Grande Armée de uniformes azules.

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Ante este panorama, el general francés Roguet manifestó su perplejidad al escribir que el ejército francés “embarrancó delante de un pueblo sin gobierno, sin ejércitos y casi olvidado en el extremo de Europa, pero animado de un patriotismo siempre irresistible. Ese cáncer, sostenido por Inglaterra, alteró nuestra organización, nuestra disciplina, nuestro prestigio y la entera confianza que nos había valido tantos éxitos”.

El papel de desgaste

La contribución más importante de la estrategia guerrillera al éxito final sería el haber retenido, dispersado y desgastado a las tropas imperiales, obligándolas a detraer importantes contingentes de las batallas convencionales. Los guerrilleros interceptaban los correos franceses, detenían convoyes y hostigaban incesantemente al enemigo. Como el emperador dirigía las operaciones desde París, las órdenes y despachos que en circunstancias normales llegaban en cinco o seis días a Madrid se retrasaban hasta 15 o 20 días.

Se ha calculado que, si en las partidas irregulares lucharon unos 50.000 hombres, para mantener las principales plazas y proteger las vías de comunicación los cuerpos imperiales tuvieron que emplear a más de 100.000 soldados, mientras que en las anteriores guerras napoleónicas habían bastado unos pocos miles.

Contienda popular en Valdepeñas contra las tropas napoleónicas el 6 de junio de 1808.

Contienda popular en Valdepeñas contra las tropas napoleónicas el 6 de junio de 1808.

Dominio público

A combatir la guerrilla, siempre hambrienta de botín, los ejércitos franceses destinaron un tiempo y esfuerzo vital que hubieran necesitado para vencer al ejército español y su aliado luso-británico. Especialmente grave fue el caso de la caballería, pieza fundamental del poderío militar napoleónico, pues requería columnas de escolta y, al ocuparse de operaciones de castigo y escaramuzas con los guerrilleros, acabó reducida tanto en calidad como en cantidad.

Las fuerzas de Wellington

Con todo, sin menoscabar la importancia del hostigamiento guerrillero, la derrota de Napoleón en España, una de las causas del derrumbe de su imperio, fue el resultado de la acción militar conjunta del ejército regular español y las tropas inglesas bajo el eficaz mando de Wellington. Aunque Napoleón estuvo muy cerca de la victoria, y, de no haber emprendido la campaña contra Rusia, como afirmó Espoz y Mina, la resistencia española difícilmente hubiera podido prolongarse por más tiempo.

Se ha debatido mucho si la expulsión y derrota de los franceses en la guerra de la Independencia fue un triunfo británico, como sostiene gran parte de la historiografía escrita en inglés. Después de una rivalidad de casi trescientos años que databa de los tiempos de Felipe II, la implicación inglesa en la lucha de los españoles contra el formidable ejército napoleónico supuso una mudanza política revolucionaria, que forjó uno de los más sólidos eslabones de la cadena que concluiría en Waterloo, con la derrota definitiva de Napoleón.

Arthur Wellesley I duque de Wellington pintado por el artista Thomas Lawrence, meses antes de la batalla de Waterloo.

El duque de Wellington pintado por Thomas Lawrence meses antes de la batalla de Waterloo.

Dominio público

Si en las maniobras de ataque y en la caballería los franceses no tenían rival, las tropas inglesas eran muy superiores en las trincheras de infantería elásticas que permitían una envidiable conjunción defensiva y ofensiva. Los ejércitos británicos, entrenados y con medios de transporte que aseguraban la coordinación y el avituallamiento, se mostraron invencibles frente a la Grande Armée.

Las dudas acerca del talento militar de su comandante en jefe, el duque de Wellington, se disiparon con el resultado de la contienda, que confirmó el acierto de su estrategia. La concepción de la guerra de Wellington no era tan brillante como la napoleónica, pero, a la postre, se reveló sumamente eficaz.

El ejército español

De todos los agentes participantes en la guerra de la Independencia, el papel más deslucido se le atribuye tradicionalmente al ejército regular español. Un ejército, al principio de la guerra, ciertamente precario, mal mandado, apenas instruido y disciplinado, desprovisto de armas, pagos y alimentos que, pese a algunas victorias resonantes como la de Castaños frente a Dupont en Bailén, acumuló derrotas en toda la geografía peninsular hasta la contraofensiva hispano-británica de 1812.

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Ante la escasez de oficiales (uno por cada veinte soldados) y su elevada edad (la más alta de Europa) hubo que improvisar cuadros de mando y armamento. Nunca se dispondría de más de 100.000 fusiles, pese al imponente aporte británico de más de 60.000. Aunque se intentó remediar la desastrosa situación del ejército heredado de Carlos IV, al estallar la guerra, las tropas de élite se hallaban todavía auxiliando a las francesas en la campaña de Dinamarca.

Pese a sus carencias, el ejército español no cejó de luchar por la defensa del país, ofreciendo una resistencia inimaginable

Tras las graves derrotas de Ocaña, Alba de Tormes y la conquista de Andalucía, en febrero de 1810 la superioridad de las tropas napoleónicas era abrumadora y su posición en el centro de la península, claramente ventajosa. Con Austria derrotada de nuevo en Wagram, el emperador desplazó a España un ejército de 300.000 hombres, mientras que las fuerzas españolas se reducían a 100.000 y a 95.000 las del contingente británico-portugués de Wellington.

No obstante, pese a sus carencias, el ejército español no cejó de luchar por la defensa del país, ofreciendo una facultad de resistencia inimaginable, jamás doblegada. A prueba de fracasos y contratiempos, resurgió cual ave fénix por su indomable voluntad de lucha, incluso en las fases más duras de la guerra, y su extraordinaria capacidad para reagrupar y recomponer sus efectivos.

El asalto al monasterio de Santa Engracia, en Zaragoza.

El asalto al monasterio de Santa Engracia, en Zaragoza.

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La guerra fue una formidable escuela militar y permitió que una nueva generación de mandos, rejuvenecida por la promoción de jóvenes oficiales y subalternos, así como por la masiva incorporación de estudiantes universitarios y eclesiásticos, que abandonaron las aulas y seminarios por el deseo de defender a su país, aunque también les atrajeran la aventura y el riesgo. En cualquier caso, el ensanchamiento de la base social de las fuerzas armadas las conectó con todas las capas de la población, despojándolas de la impronta estamental que hasta entonces las había revestido.

En resumen, la simbiosis o asociación entre el ejército español, las guerrillas y las tropas inglesas fue la clave del éxito en la difícil empresa de vencer a la Grande Armée de Napoleón, la milicia más avanzada y poderosa de la época.

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